La soledad de los animales by Daniel Rodríguez Barrón

La soledad de los animales by Daniel Rodríguez Barrón

autor:Daniel Rodríguez Barrón [Rodríguez Barrón, Daniel]
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 978-607-9209-1-9-3
editor: La Cifra Editorial
publicado: 2011-01-01T00:00:00+00:00


6

La madrugada enfría un poco, Laura baja del columpio, y se sacude de los pantalones las moronas de la barra energética. El alumbrado público parece pensativo y arroja una luz indecisa.

—¿No tienes frío?— le pregunta a Pablo.

Por un segundo, Pablo se siente avergonzado pero luego se repone y dice:

—No, estoy bien...

—¿Seguro?, ¿no quieres mi chamarra?, yo no tengo tanto frío.

—No, de verdad, gracias.

Laura sube la cremallera de su chamarra hasta la barbilla, mete las manos en los bolsillos y empieza a andar. Pablo se coloca a un lado, no muy cerca, y la sigue.

—¿Y entonces fundaron su grupo de vegetarianos?

—No, no de inmediato. Primero crearon una pequeña comunidad en donde, además de sembrar la tierra, cuidaban animales recogidos de los alrededores. En el patio izaron una bandera con la imagen de un chimpancé. Se trataba del famoso Tonio Kruger a quien usaban como entretenimiento en el zoológico de Colonia. Lo obligaban a fumar y a beber alcohol para divertir a los paseantes; pero, un día, Tonio atacó al director del parque y la policía tuvo que abatirlo de un disparo. Este desafío a la autoridad lo convirtió en mártir del movimiento anarquista alemán.

—¿Ya había banderas con la imagen Tonio?

—No, no las había. Los abuelos retomaron ese símbolo y, como no tenían ninguna imagen fidedigna de Tonio, Cosme se las ingenió para pintar sobre la tela un chimpancé con porte heroico y majestuosa dignidad que, sin embargo, fue la burla de todos pueblos cercanos. Al punto que la comunidad fue conocida como la Quinta del Mono, aunque Dorita y Cosme hubieran colgado en el portal un letrero de madera con el nombre de Falansterio Armonía.

Pablo ríe y se frota los brazos. Laura se quita la chamarra y se la ofrece.

—¿La compartimos?— dice Pablo.

—No cabemos los dos.

—¿Y si nos hacemos chiquitos?— insiste.

—No lo creo, úsala tú.

Pablo se la pone y le queda perfecta.

—¿Y qué pasó con la Quinta del Chango?— pregunta y comienzan a andar.

—Quinta del Mono… Bueno, supongo que tuvo alguna utilidad. ¿Qué haces?

Pablo tiene metida las narices dentro de la chamarra e intenta reconocer el olor de Laura.

—Nada— contesta avergonzado.

—Te sugiero que no actúes raro, comienzas a caerme bien. Te decía, una de las cosas más interesantes de la Quinta del Mono fueron sus funciones de teatro. Cada sábado, docenas de campesinos adolescentes llegaban a la quinta con su propio banco o silla y a veces esperaban durante horas frente a un templete improvisado a que llegara algún actor o actriz, que venía desde dos o tres pueblos de distancia. Otras veces, los espectadores sufrían la lluvia o el frío, pero sabían que los actores también estaban padeciendo el tiempo, así que sin mover ni una ceja miraban la representación. No era gran cosa, hay que admitirlo, las obras eran siempre didácticas e incitaban a la libertad individual, la independencia laboral y, sobre todo, la ayuda mutua. A veces, y de forma aún tímida, Dorita introducía temas sobre los derechos de la mujer y la defensa de los animales que escandalizaban al público.



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